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FRATERTEMPLI - ORDEN DEL TEMPLE, el blog: DIOSAS BORRADAS Y DIOS PATRIARCAL EN LA BIBLIA JUDÍA. (Parte 2)
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LA RELIQUIA

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LA CASA FOX, EN PODER DE LA RELIQUIA DESDE EL 191 AL 902 AÑO DEL TEMPLE

“AÑO 191 DEL TEMPLE, (1309), UNOS 40 CABALLEROS TEMPLARIOS PROCEDENTES DE LOS CASTILLOS DE MONZÓN Y CHALAMERA DIRIGIDOS POR SU COMENDADOR FR.++BERENGUER DE BELVIS RESISTEN A DURAS PENAS EN EL CASTILLO DE MONZÓN EL ASEDIO DE LAS TROPAS DE JAIME II DIRIGIDAS POR EL PROCURADOR GENERAL ARTAL DE LUNA. RENDIDO EL CASTILLO, EL COMENDADOR TEMPLARIO HACE ENTREGA DE SU CRUZ PECTORAL AL CONQUISTADOR DE LA FORTALEZA ARTAL DE LUNA, CON LA ÚNICA CONDICIÓN DE QUE NO LA DEJARA CAER EN MALAS MANOS, MANOS SACRÍLEGAS, ES DECIR, EN LAS MANOS DE LA IGLESIA, PARA QUE NO DESAPARECIERA. ARTAL DE LUNA CUMPLE SU PALABRA Y ENTREGA LA CRUZ A LA MADRE DE UN TEMPLARIO, DEFENSOR DEL CASTILLO. LA RELIQUIA LLEGA POR ESTA VÍA A LA TEMPLARIA CASA FOX, QUE LA CUSTODIA HASTA NUESTROS DÍAS. DONDE ESTÉ LA CRUZ ESTÁ LA ORDEN. ASI HA SIDO Y ASI SERÁ, PESE A LOS INTENTOS DE APROPIACIÓN POR PARTE DE ELEMENTOS AJENOS A LA MISMA AUNQUE EN ALGUNOS CASOS VISTIERAN NUESTRO BLANCO MANTO. ROGUEMOS A LA CRUZ PARA QUE CON LOS DELINCUENTES QUE PROTAGONIZARON LOS DESHONROSOS Y DELICTIVOS HECHOS OCURRIDOS EN EL SIGLO XX EN BELVER DE CINCA CON LOS RESTOS DE LOS DEFENSORES DE LOS CASTILLOS DE MONZÓN Y CHALAMERA Y VECINOS TAMBIÉN ALLÍ ABANDONADOS SE HAGA JUSTICIA Y LOS RESTOS DE LOS CABALLEROS TEMPLARIOS Y DE LOS VECINOS PROFANADOS Y EXPOLIADOS JUNTO A ELLOS ABANDONEN EL VERTEDERO Y EL OSARIO PARA QUE, UNA VEZ ENTREGADOS A QUIEN DESDE EL PRIMER MOMENTO DEL EXPOLIO Y LA PROFANACIÓN NO CESA EN ESTA LUCHA DE DAVID CONTRA GOLIATH, RETORNEN DE SU MANO A LA SEPULTURA DIGNA DE LA QUE NO DEBIERON SER PRIVADOS EN DONDE DISPONGA EL HEREDERO DE LA CASA FOX, TEMPLARIO INCANSABLE Y LUCHADOR INAGOTABLE AL QUE TODAS LAS RAMAS DE LA ORDEN Y DEMÁS GENTE DE BIEN DEBIERAMOS AYUDAR EN SU BÚSQUEDA DE JUSTICIA Y REPARACIÓN DE LOS DAÑOS CAUSADOS. ES NUESTRA OBLIGACIÓN."

¿CONTINUAREMOS MIRANDO PARA OTRO LADO MIENTRAS LOS RESTOS DE LOS +HERMANOS SIGUEN EN EL VERTEDERO?

SI QUIERE CONOCER LOS HECHOS, EL LUGAR DONDE SE PROFANARON LAS TUMBAS DE ANTIGUOS CABALLEROS TEMPLARIOS. SABER QUIENES SON LOS PROTAGONISTAS Y CULPABLES DE LA SACRÍLEGA PROFANACIÓN Y POSTERIOR ABANDONO DE LOS RESTOS HUMANOS EN EL VERTEDERO DE BELVER, ENTRE EN EL BLOG DE BELVER DE LOS HORRORES

Burofax enviado por D. Miguel Fox a Fernando Elboj Broto

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FTAT, NND. Fr. +++Anselmo de Crespi,

que por cierto, y para algún ignorante, es mi nombre iniciático, no es un alias, ni un nick tras el que esconderme, ni por supuesto mi nombre de pila. Y no soy conde, ni marqués, ni tengo ningún título de esos que como en Illescas, (Toledo), compran algunos y que son más falsos que ellos mismos.

martes, 28 de abril de 2020

DIOSAS BORRADAS Y DIOS PATRIARCAL EN LA BIBLIA JUDÍA. (Parte 2)


(Diosas borradas....parte 2)


TEMA CENTRAL: ISRAEL, LAS DIOSAS BORRADAS

Yahvé y el recuerdo de las diosas [1]

En general, la mayoría de los pueblos empiezan recordando a las diosas, vinculando de esa forma lo divino con lo humano. Pues bien, en contra de eso, la Biblia Judía ha tendido a borrar la figura de las diosas, elaborando, en cambio, el recuerdo de las madres (matriarcas) del pueblo, para indicar así que lo que importa de verdad no son las realidades “divinas”, sino las humanas. Por eso hay en la Biblia narraciones extensas sobre Sara o Rebeca, con Lía y Raquel, pero no sobre Ashera o Astarte (o sus equivalentes), en contra de lo que sucede en Mesopotamia o en Grecia.

A pesar de ello, las diosas están en la Biblia (¡no podía ser de otra manera!), aunque hayan sido en gran parte tachadas. Ciertamente, las matriarcas humanas han crecido en el recuerdo de Israel, mientras que las diosas han tendido a ser borradas, pero esa “tachadura” no ha podido ser total, de manera que las diosas han dejado su sombra en diversos pasajes de la historia israelita.

Esta particularidad israelita (¡apenas queda el recuerdo de la diosa!) se debe al hecho de que, junto al politeísmo dominante en el entorno, ha influido un factor revolucionario: la figura de Yahvé, Dios sin imagen ni rasgos sexuales, un Dios monólatra (sólo él recibe adoración), trascendente y celoso (guerrero), propio de grupos nómadas, que fueron entrando en Canaán (hoy Palestina) entre el siglo XII y el X a.C., terminando por adueñándose de la tierra, tras siglos de dura convivencia con los cananeos.

En el surgimiento del Israel bíblico influyeron por lo tanto (al menos) dos rasgos principales. (a) Los cananeos autóctonos, básicamente pastores marginales, partidarios de la Diosa (el Dios/Diosa), con imágenes y lugares sagrados (templos), que habitaban en la tierra de Palestina. (b) Los defensores de Yahvé, un Dios guerrero, sin imagen ni sexo, más propio de grupos nómadas que vienen del desierto. Del enfrentamiento y fusión de esos grupos (a los que uniremos el recuerdo de los patriarcas/matriarcas trashumantes) ha surgido el monoteísmo judío posterior, propio de aquellos que terminaron expulsando (o recreando de otra manera) a la diosa, que se hallaba en el principio del proceso religioso de Israel, pero que después ha sido rechazada y borrada por los partidarios de “sólo Yahvé”, sin figura femenina [2].

Quizá podamos decir que la Biblia, en su forma actual (en su redacción postexílica), ha nacido del rechazo de la diosa, partiendo de la crítica de los profetas oficiales (de los siglos VIII al VI a.C.), tal como se expresa en el culto oficial del templo de Jerusalén, tras la reforma deuteronomista (a finales del siglo VII a.C.) y, sobre todo, después del exilio (desde el siglo V a.C.). Pues bien, a pesar de eso, ella (la Ashera) ha sido, con el Toro/Baal, la representación religiosa más frecuente de Israel, entre el siglo X y el VI a.C., según las excavaciones arqueológicas. Eso significa que la ortodoxia yahvista tardó en imponerse, de manera que hasta el siglo VI dominaba en Israel la figura de la diosa.

Según eso, la figura de la diosa no era “extranjera”, ni ajena al conjunto del pueblo que habitaba en Palestina, sino que se oponía sólo al grupo del «sólo Yahvé». Ella no provenía de fuera, es decir, de cultos extranjeros, sino que estaba arraigada en la experiencia de los cananeos autóctonos, integrados casi desde el principio (al menos desde el siglo XI a. C.) en la religión israelita. La Biblia Judía posterior ha querido reprimir ese recuerdo, para reescribir la historia desde la perspectiva del Yahvé guerrero exclusivista y esa “erasio memoriae” ha marcado la visión de posterior del judaísmo. Pero ella no ha sido total y ha terminado siendo en parte inútil, pues la huella de la diosa ha vuelto.

En este contexto podemos aludir a las excavaciones arqueológicas. Lo que la Biblia había querido ocultar ha vuelto en forma de cientos de estatuillas, que recogen y recuerdan el culto de la diosa, no sólo en los tiempos anteriores a la conquista israelita (en torno al siglo XI d.C.), sino incluso más tarde. Ella, la diosa materna y/o femenina, aparece con mucha frecuencia y refleja la religiosidad personal o familiar y grupal de la mayor parte de los habitantes de la tierra (junto al toro de Baal, que es signo masculino de la fecundidad) [3].

 Podríamos suponer que en el principio, cuando vino del desierto para instalarse en la tierra de Canaán y conquistarla con sus fieles guerreros, Yahvé no tenía esposas (Ashera), sino que aparecía como Dios solitario y celoso, incapaz de compartir su poder con una diosa. Pero con el tiempo, una vez instalado en Canaán, ese Dios de la furia del desierto (originario quizá de los madianitas), tendió a tomar esposa, como muestran dos famosas fórmulas de bendición que le asocian con su Ashera:

 Resultado de imagen de KUNTILLET AJRUD

Una se ha encontrado en Kuntillet Ajrud, cerca de Kades Barne, en el desierto sur de Judea, zona de cruce de caravanas, donde ha aparecido una vasija con un texto del siglo VIII a. C. (en pleno período profético) que se dice: “Yo te bendigo por Yahvé de Samaría y por su Ashera”. Así aparecen unidos, dios y diosa, como fuente de única bendición, de manera que el Yahvé solitario (Señor la guerra) aparece integrado con una pareja divina: él y su consorte (la Ashera) constituyen un único principio divino de bendición.

Otra fórmula semejante, aunque algo posterior (siglo VI a.C.), ha aparecido en Khirbet El-Qom, cerca de Hebrón, sobre el pilar de una cueva funeraria, lo que prueba la importancia de la diosa, asociada a Yahvé, en pleno período monárquico, en un momento en que iban a iniciarse las “reformas yahvistas”: “Bendito sea Uriyahu por Yahvé y por su Ashera”. Eso significa que en un plano popular, en la religión de la vida, por lo menos hasta el exilio, muchos israelitas han venerado a un Dios dual, masculino y femenino, sin que la religión “más oficial” del “sólo Yahvé” haya logrado imponerse [4].

Según eso, el culto a la Ashera pertenecía a un estrato antiguo de la religión judía, en la que aparece asociada como consorte del Dios supremo, definiendo un tipo de dualismo que podía haber determinado toda la religión judía posterior. En el origen de la realidad se encuentran, según eso, Dios y diosa, lo masculino y lo femenino, bendiciendo a sus devotos. Sólo tras el exilio, rechazando (o borrando) esa dualidad y queriendo recuperar, en circunstancias distintas, la figura del «sólo Yahvé», que va más allá de lo masculino y femenino (que no es Dios ni Diosa, sino Señor sin imagen, ni forma), la religión israelita se centrará en un Dios trascendente, aunque con rasgos que parecen más masculinos [5].

En un sentido, se podría hablar de simbiosis, como si la unión de las dos figuras (Yahvé y Ashera) desembocara en el surgimiento de un Dios único, con el nombre de Yahvé (que tiende a mostrarse en forma masculina), pero que conserva rasgos femeninos de Ashera, es decir, de maternidad, de ternura y amor, como destacaremos al hablar de los profetas y los libros sapienciales (caps. 14, 18). Eso significaría que Yahvé recibirá propiedades que femeninas y maternas. Pero, en otro sentido, debemos afirmar que, más que una simbiosis ha existido, un rechazo y una condena. Ciertamente, Yahvé tendrá rasgos femeninos, pero en su estructura básica dominan los masculinos; más aún, él pierde su carácter relacional y tiende a presentarse como un “solitario” (sin imagen, ni compañía), en trascendencia pura, dejando así que los hombres y mujeres de la tierra (de la historia) tengan que definirse desde sí mismo, sin referencia a un dios-relación, masculino-femenino. Desde ese fondo quiero ocuparme las diosas borradas, en especial de Ashera y Astarté, que, de alguna forma, se identifican (sus rasgos se confunden en varios momentos). A pesar de ello, he querido estudiarlas por separado, pues tienen raíces y formas (funciones) distintas.

Ashera, la madre [6]

 Resultado de imagen de diosa asherah

Como vengo diciendo, en el principio de Israel había dos grupos más significativos: el grupo del «solo Yahvé», vinculada con los invasores, que vinieron del desierto del Sur (y/o de Egipto), y el conjunto de los habitantes de Canaán, que tendían a divinizar la tierra y el proceso de la vida. En el primer caso Dios era Yahvé, poder superior, sin forma ni imagen. En el segundo, era la pareja formada por Ilu-Elohim (Padre, masculino) e Ilat-Ashera (Madre, femenina), formando una hierogamia engendradora.

Para iluminar el trasfondo de esta segunda visión de lo divino podemos acudir a los textos prebíblicos de Ugarit (cultura cananea del norte de Fenicia, del siglo XII-XI a. C.) donde aparecen El/Ilu y Athiratu/Ashera, aunque más tarde, en el contexto de la Biblia, esa pareja ha sido relegada y en parte suplantada por Baal y Anat-Ashtarte.

El Esposo-Padre se llama Ilu, nombre que más tarde, tanto en hebreo (El, Elohim) como en árabe (Allah), ha pasado a significar simplemente Dios. Su función originaria consiste en engendrar todo lo que existe, especialmente a los dioses inferiores, que suelen llamarse bn(e) il, es decir, hijo o hijos de Dios. Ilu es mlko rey (soberano y juez) y sabio/anciano (ab shanim, padre de años), guardián y sentido profundo de todo lo que existe.La Esposa-Madrees Athiratu-Ashera, engendradora o creadora de los dioses (qnyt ilm), que normalmente se presentan como sus hijos. Ella recibe a veces el nombre de Ilat, es decir, la diosa por excelencia. También se le llama Athiratu Ym, diosa del mar, quizá en recuerdo de su origen marino: ella es reflejo de las aguas primigenias, portadoras de la vida. Los cananeos posteriores, igual que los hebreos, la presentan como Ashera, la gran Diosa Madre originaria.

  En esta perspectiva, crear es engendrar, y así dioses y hombres forman parte de una misma cadena vital, como supone un famoso canto de Ugarit: «Voy a invocar a los dioses apuestos, a los voraces ya de sólo un día, que maman de los pezones de Athiratu, de los pezones de la Señora» (KTU 1.23, 23-24) [7]. Athiratu-Ashera es madre de leche abundante y de pechos fecundos, signo de fertilidad, señora de la generación y así, representada por dos sacerdotisas o consagradas, preside con Ilu, su esposo, el gran rito:

         Se dirigió Ilu a la orilla del Mar, y marchó a la orilla del océano. Tomó Ilu a las dos consagradas... Mira, una se agachaba, la otra se alzaba. Mira, una gritaba ¡padre, padre!, la otra ¡madre, madre! Se alargaba la mano (=miembro) de Ilu como el mar, la mano de Ilu como la marea...Tomó Ilu a dos consagradas... (KTU 1.23, 30-36).

 El ritual nos sitúa ante las grandes aguas, lugar del que proviene Ashera y donde están sus consagradas, ante las que Ilu muestra su potencia y engendra todo lo que existe, en gesto de fecundidad y deseo, que sus fieles celebran en el rito hierogámico del templo donde las hieródulas o sacerdotisas (representantes de Ashera) vuelven a ser poseídas (fecundadas) por el Dios de gran potencia. Ilu se define por su miembro, Athiratu por sus pechos. Los dos unidos forman el principio de la vida y así de su unión brotan los dioses apuestos: Sahru, la Aurora (hebreo sahar), y Salimu, el Ocaso (hebreo salem), es decir, el día entero, principio y fin de la existencia.

Este culto a la diosa madre aparece bien atestiguado en la vida y religión de Israel por lo menos hasta la reforma de Josías y el exilio (finales del siglo VII y principios del VI a. C.). Ciertamente, al cumplirse ese período se fue imponiendo Yahvé, como Dios único, asexuado y sin imagen, el Dios del desierto y la conquista de la tierra, que se vincula al fin, de un modo especial, con la ciudad y templo de Jerusalén. Pero seguían venerándose a su lado otros dioses y en especial Ashera, madre divina engendradora.

De todas formas, la palabra ashera puede significar tanto la diosa como su imagen o lugar de culto, vinculado en especial a los árboles y a las fuentes, pero también a las figuras de las diosas-madres (de grandes pechos). Pues bien, los partidarios de “sólo Yahvé” han condenado de un modo tajante no sólo a la Ashera-Diosa, sino también a sus signos, como muestran una serie de textos que parecen vinculados a un «pacto de conquista» entre Yahvé y sus fieles, a quienes él promete la tierra, exigiendo que destruyan el culto de la diosa:

«Destruiréis sus altares, quebraréis sus estelas sagradas, destruiréis sus imágenes de Ashera y quemaréis sus esculturas en el fuego» (Ex 34, 5). «Derribaréis sus altares, quebraréis sus estelas sagradas y destruiréis sus imágenes de Ashera» (Dt 7, 5). «Derribaréis sus altares, quebraréis sus estatuas, quemaréis sus imágenes de Ashera, destruiréis las esculturas de sus dioses y borraréis su nombre de aquel lugar» (Dt 12, 3). «No plantarás ningún árbol para Ashera cerca del altar de Yahvé, tu Dios, que hayas edificado» (Dt 16, 21).

Este culto a la Ashera, que los yahvistas más fieles querían erradicar, formaba parte de la religión normal de los israelitas que, conforme a la tradición constante de los libros históricos (1 y 2 Rey), se celebraba en los “bamot”, “lugares altos”, pequeñas cumbres de colinas, al aire libre, donde solía reunirse la familia o el clan. Esos “lugares altos” constaban básicamente de una estela/estatua, es decir, de un monolito que era signo masculino de Dios, y de una “ashera”, signo femenino, representado básicamente por un árbol sagrado (o por una fuente de la diosa). Lo divino aparecía de esa forma como expresión de totalidad cósmica y vital, que podía hallarse vinculada con la memoria del mismo Yahvé (vinculado a su Ashera).

La mayor parte de los israelitas no vieron contradicción entre este culto de los “altozanos”, donde lo divino podía aparecer como masculino-femenino (con sus signos especiales), y la soberanía de Yahvé, Dios único, venerado de un modo especial en Jerusalén (como Dios único, sin imagen ninguna). Pero, en un momento dado, desde el reinado de Ezequías (727-698 a. C.; cf. 2 Rey 18, 4) y especialmente con la reforma deuteronomista de Josías (640-609), los partidarios del “sólo Yahvé” lograron imponerse y desacralizaron estos “altozanos” con sus estelas/monolitos y sus árboles sagrados, para imponer la religión de «sólo Yahvé» desde el templo de Jerusalén. En un sentido, esta supresión de los “altozanos” con sus signos de Dios y su Ashera puede interpretarse como un avance en el proceso de profundización de la religión israelita. Pero en otro ha supuesto una perdida, pues ha conducido a un empobrecimiento en la visión de Dios, que pierde su aspecto femenino y su vinculación concreta con la tierra.

Astarté y Baal. La nueva diosa [8]

Astarté/Anat es con Ashera la diosa más importante de la tradición israelita y una de las figuras más significativas de la mitología semita, que ha tenido un gran influjo en la religiosidad de oriente (con Ishtar/Attargatis e incluso Afrodita). En algunos momentos, Astarté puede identificarse con Ashera y así aparece relacionada con Baal, en la ordalía del Carmelo (donde se habla de profetas de Baal y Ashera: cf. 1 Rey 18). Pero, en principio, Ashera y Astarté son diferentes. Ashera es la Madre y su pareja es Ilu/Elohim/Allah. Astarté, en cambio, es “Diosa activa” (fundadora del orden social) y suele estar asociada con Baal, como indicaré en tres momentos. (a) Entorno semita, Ishtar, la gran diosa semita. (b) Trasfondo palestino, Anat. (c) Presencia bíblica: Astarté.

Entorno semita: Isthar [9]. Es la diosa central de Mesopotamia, expresión suprema de la divinidad en el oriente antiguo, uno de los símbolos femeninos principales de la historia de las religiones. Ella sobresale en Babilonia, como signo de armonía femenina en la que todos (hombres y mujeres) pueden integrarse. De esa forma actúa a modo de contrapeso de Marduk, Señor violento y guerrero.

Ishtar (Astarté) es femenina, pero tiende a presentarse como diosa total y así aparece con funciones y poderes más extensos que los vinculados a los dioses masculinos. Ella conserva todavía rasgos de gran madre y recuerda, al mismo tiempo, el lado acogedor y creativo de la vida y de la muerte. (1) Es Venus, lucero matutino, amor como principio de la vida, la fuerza creadora que penetra y lo produce todo. (2) Es Marte, estrella vespertina que se esconde en las regiones inferiores, como principio de muerte que amenaza, para convertirse nuevamente, cada día, en amor que vuelve. (3) Ella es, en fin, el signo del orden de la tierra, apareciendo como garantía de un amor que lo vincula y lo sostiene todo [10]. Así aparece vinculada al cielo y al infierno, al nacimiento y a la destrucción, a la maternidad y al crecimiento de los seres, como indica su himno:

Alabada sea Ishtar, la más temible de las diosas, reina de las mujeres,   llena de vida, encanto y deseo… De labios es dulce, hay vida en su boca... Es gloriosa; hay velos echados sobre su cabeza. Su cuerpo es bello, sus ojos brillantes. Es la diosa: ¡en ella hay consejo! El hado de todo tiene ella en su mano. A su mirada surge la alegría, es poder, magnificencia, deidad protectora y espíritu guardián... Fuertes, exaltados, espléndidos son sus decretos…. Respetada es su palabra: es suprema ente los dioses (SAO 274-274)

Es la diosa total, que simboliza y desvela los tres aspectos fundamentales de vida-amor, orden social y muerte, que aparecen así como expresiones de un mismo principio divino. Frente a la lógica masculina de tipo más racionalista o unilateral (que actúa por exclusión y violencia) se eleva aquí la lógica de la totalidad femenina. El Dios patriarcal masculino tiende a imponerse por exclusiones, como Marduk, que mata a su madre (Tiamat) para reinar en su lugar. Isthar, en cambio, vincula los diversos aspectos de la vida y actúa por inclusiones; en su divinidad pueden vincularse todos.

Diosa cananea: Astarté/Anat y Ba’lu/Baal [11].

Que nosotros sepamos, la religión cananea no ha desarrollado la figura de Ishtar como en Babilonia, pero en su lugar aparece Anat/Astarté, que cumple una función importante, al lado de Baal (hijo de Ilu/Ashera), Dios poderoso que ha vencido al caos del mar y que garantiza desde su palacio superior la estabilidad y la vida en el mundo. Baal tiene el poder del cielo y la tormenta, es fuente de fecundidad, Señor del universo. Pero su dominio se encuentra amenazado por Môtu, la muerte, con quien comparte el dominio sobre el mundo. Por eso, para superar la muerte y retornar de nuevo a la existencia necesita la ayuda de su pareja Anat/Astarté.

  Baal (¡el Señor!) es un dios paradójico: tiene gran poder sobre el cielo y así lo muestra a través del rayo y la tormenta, fecundando la tierra; pero, al mismo tiempo, muere cada año, cayendo bajo dominio de Môtu, en los espacios inferiores de la misma tierra (como signo del ciclo de vegetación). Es un dios cambiante, vencedor y vencido, destructor y destruido y sólo puede mantenerse si le sostiene su hermana/amante, ‘Anatu, que así aparece como principio de poder y de estabilidad sagrada: mientras el Dios varón varía (muere y resucita, domina y es dominado), ella se mantiene firme y permanece como signo de estabilidad por encima de los cambios de la vida y de la muerte. Ambos son dioses de la realidad concreta en la que varón y mujer se unen para expandir la vida, asumiendo y superando así la muerte.

 Pero vengamos al mito. Baal ha vencido al Mar, ha destruido a Lôtanu (Leviatán), la serpiente tortuosa del caos (cf. Sal 74, 14; 94, 26; Is 27, 1; Ez 29, 3-5; Job 41), pero no puede superar a Môtu, la muerte (cf. KTU 1.5.I,24-30) y así dice, cuando cae derrotado: «Mensaje de Ba’lu, el victorioso, palabra del héroe poderoso: ¡Salve, oh divino Môtu, siervo tuyo soy para siempre!» (1.5.II, 10-11). Baal, señor de las nubes, dueño del agua, se convierte de esa forma en siervo (‘bd) de Môtu, bajando a la morada inferior de la tierra (1.5.V, 15). Pero él no ha muerto del todo porque antes de bajar al fondo de la tierra ha dejado en ella su semen de vida:

 Ba’lu, el Victorioso, amó a una Novilla en la Tierra de la enfermedad, a una vaca en los campos de la Orilla de la mortandad. Yació con ella setenta y siete veces, la montó ochenta y ocho; y ella concibió y parió a un muchacho» (1.5.V, 17-21).

Éste es Baal/Ba’lu, Dios Toro (recuérdese el Becerro de Oro en Ex 32), que, antes de bajar al abismo, fecunda a la novilla sagrada (‘Anatu, su hermana/amante), signo de la tierra que acoge la vida de su esposo. De esa forma se vinculan vida y muerte, en un proceso en el que la misma divinidad se encuentra inmersa en el ciclo cósmico. Lógicamente, la muerte de Ba’lu se expresa una intensa liturgia de duelo: «¡Ha perecido Ba’lu! ¡Qué será del pueblo? ¡Está muerto el hijo de Daganu (=de Ilu)! ¿Qué será de la multitud? ¡En pos de Ba’lu hemos de bajar a la tierra!» (1.6.I, 6-8). En esa liturgia que vincula al hombre con el llanto de los dioses, destaca la acción ‘Anatu:

 (Le tomó en sus hombros), le subió a las cumbres del Safón, le lloró y le sepultó, le puso en las cavernas de los dioses de la tierra» (1.6.I, 15-18). Ha muerto Ba’lu y nadie puede ocupar su trono ni reinar en su lugar. Está triste la tierra, postrados los dioses. Sólo ‘Anatu, la Doncella, se mantiene vigilante, después de haberle enterrado en la cueva de la montaña. «Un día y más días pasaron, y ‘Anatu, la Doncella, le buscó. Como el corazón de la vaca por su ternero, como el de la oveja por su cordero, así batía el corazón de ‘Anatu por Ba’lu. Agarró a Môtu por el borde del vestido, por el extremo del manto: alzó su voz y exclamó: ¡Venga, Môtu, dame a mi hermano! (1,6.II, 4-11).

‘Anatu, tierra amante, mantiene la memoria de Ba’lu, luchando contra Motu «Un día y más pasaron, los días se hicieron meses; ‘Anatu la Doncella (Virgen, siempre joven), le buscó.... Agarró al divino Môtu, con el cuchillo le partió; con el bieldo le bieldó, en el fuego le quemó, con piedras de molienda le trituró, en el campo lo diseminó» (1.6.II, 26-34). Ésta es una clara escena de siega y de trilla. La Virgen ‘Anatu, divina trilladora, corta y aventa, quema y tritura a Môtu, que así aparece como la otra cara de Ba’lu, pues ambos vienen a mostrarse como signo de una misma alternancia de muerte y vida, invierno y verano.

En este contexto, Ba’lu es signo divino de vida, pero sólo con su amante/hermana ‘Anatu. Muere el varón, que es signo del agua y del trigo (es la cosecha), perece el triunfador del rayo. Pero su hermana/amante está firme y le busca de nuevo, venciendo a la muerte y haciendo que resucite en Señor de la Vida. Desde ese fondo se entiende el final del gran drama, que el texto presenta como “sueño” del Dios Ilu: «¡Pero está vivo Ba’lu, el Victorioso, está en su ser el Príncipe, Señor de la tierra! Los cielos lluevan aceite, los torrentes fluyan miel! Yo lo sé: está vivo Ba’lu, el Victorioso, está en su ser el Príncipe, Señor de la tierra» (1.6.III, 2-8).

Ha estado seca la gleba, resecos los surcos del sembrado, abandonado el campo, turbado el mar (cf 1.6. IV-V), pero ahora que ‘Anatu ha vencido a Môtu, puede alzarse Ba’lu victorioso. Junto a la primera pareja de dioses (Ilu/Ashera), con una función básicamente engendradora, viene a desvelarse así esta nueva pareja (Ba’lu y ‘Anatu), que preside y define el sentido actual del mundo [12].

Astarté, una diosa en el entorno de la Biblia.

La figura de Baal ha crecido en importancia, de tal forma que en los siglos IX-VIII a. C. vino a presentarse como antagonista principal del Dios Yahvé para los hebreos, mientras El-Ilu casi desaparece de la Biblia, absorbido por Yahvé-Elohim. Pues bien, en el contexto bíblico, al lado de Ba’lu no suele encontrarse ya Astarté (Ashtartu-Anatu), como en los textos de Ugarit, sino la misma Ashera, que asume ahora los rasgos y funciones de Astarté, mostrándose así como gran diosa femenina abarcadora. Pero Astarté (=Astarot, Astoret) no se esfuma del todo, como muestra no sólo su pervivencia en diversos toponímicos (cf. Gen 14, 15; Dt 1, 4; Jos 9, 10; 12, 4; 13, 12), sino el hecho de que la Biblia critique su culto. Parece menos popular que Ashera, pero tiene también mucha importancia:

Astarté aparece en el libro de los Jueces, como causante de la caída e idolatría de los israelitas, que «dejaron a Yahvé, y adoraron a Baal y a Astarot» (Jc 2, 13). «Pero los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Yahvé y sirvieron a los Baales y a Astarot, a los dioses de Siria, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los hijos de Amón y a los dioses de los filisteos. Abandonaron a Yahvé y no lo sirvieron» (Jc 10, 6). En el primer pasaje Baal y Astarté forman una pareja, como en los textos de Ugarit. Pero en el segundo Astarté aparece como figura independiente, vinculada a los dioses de los países del entorno.

Está relacionada a la memoria de Samuel y su reforma religiosa: «Habló entonces Samuel a toda la casa de Israel, diciendo: Si de todo vuestro corazón os volvéis a Yahvé, quitad de entre vosotros los dioses ajenos y a Astarot, dedicad vuestro corazón a Yahvé y servidle solo a él, y él os librará de manos de los filisteos. Entonces los hijos de Israel quitaron a los baales y a Astarot, y sirvieron solo a Yahvé» (1 Sam 7, 3-4). Este pasaje, lo mismo que el correspondiente de 1 Sam 12, 10, habla de los baales en general (como poderes divinos de tipo masculino), mientras presenta a Astarté como diosa única. En ese mismo contexto de lucha contra el baalismo y el culto de Astarté se sitúa la noticia de que los filisteos, tras vencer al rey Saúl (apoyado por Samuel), «pusieron sus armas en el templo de Astarot y colgaron su cuerpo en el muro de Bet-sheán», (1 Sam 12, 10); es evidente que ellos consideran a Astarté como la vencedora.

Es diosa de los sidonios. En esa línea, y a pesar de los textos que la vinculan a Baal, figura venerada por los israelitas, Astarté aparece en la Biblia más relacionada con los cultos extranjeros y especialmente con la ciudad fenicia de Sidón: «Cuando Salomón era ya viejo, sus mujeres le inclinaron el corazón tras dioses ajenos… y siguió a Astoret, diosa de los sidonios, y a Molok, ídolo abominable de los amonitas... y a Qamós, dios de Moab…» (cf. 1. Rey 11, 5; 5, 33). Lo mismo se dice al evocar la reforma de Josías, que profanó y destruyó los lugares de Salomón había construido en un colina, frente a Jerusalén, en honor de Astoret, «ídolo abominable de los sidonios» y de Molok y Qamós (cf. 2 Rey 3, 11).

 Astarté (Ishtar, Anat, Afrodita…) recoge así elementos de Ashera y aparece como figura femenina de Dios, vinculada a la fertilidad y a la vida, al amor (fraterno/esponsal) y a la victoria sobre la muerte. Significativamente en el centro parece estar Baal, que resucita, pero lo hace por impulso de ella, que es el signo de la vida que vence a la muerte, integrada en el círculo de la naturaleza, donde todo se repite sin fin, sin verdadera trascendencia ni futuro de salvación. Por eso, al final de su camino, tanto el judaísmo como el cristianismo has descubierto y han dicho que Ishtar/Astarté no eran garantía ni signo de salvación.

Otras figuras divinas

Al lado de las ya citadas, en el fondo de la Biblia judía aparecen, a menudo en formas veladas, otras diosas o potencias femeninas, que pueden entenderse como resto de religiones anteriores o como figuras de folklore. Yahvé tiende a llenar todo el espacio religioso, pero no ha podido impedir el influjo y presencia de esas diosas.

La Reina de los Cielos [13]. El profeta Jeremías (cf. cap. 12) muestra la importancia que la Gran Madre del Cielo (un tipo de Ashera) ha tenido, junto al culto del templo de Jerusalén, hasta el momento de su destrucción por los babilonios, el 587 a.C. Al lado del culto más oficial al Rey Yahvé, sin imagen ni pareja, impuesto en el templo de Jerusalén, por Josías (en torno al 621 a C.), mujeres y hombres siguieron adorando a la Reina Celeste, como responden las mujeres diciendo que ellas y sus maridos seguirán ofreciendo libaciones y quemando incienso a la Reina del Cielo (Jer 44, 16-19).

Éstas mujeres se oponen a la reforma de Josías (639-609 a. C.), que quiso “refundar” la religión de Israel de un modo estrictamente monoteísta, centralizando el culto y rechazando a las diosas de Jerusalén y de los santuarios de Judá. Esa reforma está en la base de los monoteísmos posteriores (judío, cristiano y musulmán) y tiene, sin duda, elementos positivos, pero ella aparece aquí vinculada también con un tipo de “fracaso” israelita, pues estas mujeres dicen que «tras dejar de adorar a la Diosa les han llegado todos los males…».

Es evidente que, desde la muerte Josías (609 a. C.), en el campo de batalla de Meguido (abandonado al parecer por el Dios al que quería defender), los habitantes de Jerusalén han sufrido infinidad de males. El tema es saber si el culto de la Diosa les podía haber liberado de esos males… y, sobre todo, si ese culto les hubiera ayudado a entender y reinterpretar su experiencia de fracaso, como harán los profetas del exilio y del primer post-exilio apelando al Dios que les ayuda precisamente en la derrota.

Se ha dicho que esta Reina del Cielo ha sido importada en Israel (Jerusalén) desde Mesopotamia y que ella se identifica sin más con Istar. Ciertamente, sus relaciones con Istar parecen claras, pero todo nos permite suponer que ella y su culto (libaciones, tortas de pan dulce: Jer 7,18; 44,17. 18. 19) tienen un origen cananeo y pueden vincularse con la figuras de Anat/Astarté. En este contexto, resulta significativo el hecho de que este culto a la Reina del Cielo se encuentre vinculado con mujeres (y quizá con mujeres de cierto estatus social), lo que podría indicar la poca importancia que ellas tenían en el culto yahvista oficial.

Lilit[14]. Figura femenina de carácter ambiguo, que la Biblia cita solamente una vez (Is 34, 14), vinculándola con la destrucción de la ciudad principal de Edom, de la que se dice: “Los sátiros habitarán en ella… En sus alcázares crecerán espinos, ortigas y cardos en sus fortalezas; será morada de chacales y dominio de avestruces. Los gatos salvajes se juntarán con hienas y un sátiro llamará al otro; también allí reposará Lilit y en él encontrará descanso” (Is 34, 12.14).

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En este contexto, ella aparece como un signo de destrucción y muerte, vinculada al desierto y a las ruinas, reina de la noche (Layla), nombre con el que parece etimológicamente vinculada. Sin embargo, en su origen, ella ha cumplido una función más positiva y se conoce desde antiguo, en Babilonia, como una especie de genio sagrado, divinidad femenina del origen y el misterio de la vida, atrayente, enigmática. Es una bellísima mujer, en la flor de su edad, pero con alas y extremidades inferiores de pájaro rapaz. Está de pie sobre dos leones que están a su servicio (son signo de su fuerza), flanqueada por dos grandes búhos que exploran en la noche. Lleva un tocado de diosa y sostiene en sus manos un tipo de argolla, que parece evocar el círculo de eterno retorno de la vida. Ella es el principio de la existencia, es la expresión del enigma insondable de la realidad, en forma de mujer que fascina, desde el centro de una naturaleza sagrada, que es fuerza, principio de amor y de muerte.

Se trata, evidentemente, de una diosa de la noche sagrada y del amor misterioso, oscuro y atrayente. Como buen israelita, Isaías condena y rechaza su figura, arrojándola fuera del espacio en que habitan los buenos creyentes, resguardados por Dios, para que se pierda sin fin en las ruinas de Edom, reino maldito. En ese contexto resulta muy significativa la traducción de San Jerónimo, que identifica a Lilith con un tipo de daimon femenino, llamado Lamia (“ibi cubavit Lamia et invenit sibi réquiem”: allí habitó la Lamia y encontró su descanso), figura que ha estado presente en la mitología y folklore de muchos pueblos, hasta tiempos muy recientes.

Lilit y la gran Lamia (todas las lamias), han sido una expresión del riesgo demoníaco de la atracción y la fecundidad femenina, visto desde la perspectiva del varón al que pueden atraer, engañar y destruir. Pero es evidente que en el fondo de muchas tradiciones antiguas, Lilit y las lamias han cumplido funciones más positivas, presentándose como aspecto femenino de Dios o como esposa sagrada (más sagrada) de los hombres. En esa línea avanza la tradición de la Cábala, que ha recibido su forma clásica en el libro del Zohar (escrito a finales del siglo XIII por Moisés de León), donde Lilit aparece como la primera esposa “divina” de Adán, más sagrada y misteriosa que Eva, su segunda esposa, que es humana, después de la caída.

Más que una mujer mortal, concreta, esta Lilit es la diosa de la noche (del origen y fin de la vida), la energía creadora y destructora con la que Adán no logra nunca acostarse (vincularse) del todo, porque le sobrepasa. Por eso, en su lugar, ha tenido que surgir Eva, la mujer concreta, que ofrece también rasgos negativos (sigue siendo tentadora), pero que cumple ya una función histórica, de mujer sometida y madre de los hijos de Adán.

Eva sería la mujer sumisa, al servicio del mundo patriarcal. Lilit, en cambio, nunca ha podido ser sometida y así sigue mostrándose no sólo en los textos más enigmáticos del Zohar, sino en muchas representaciones literarias y artísticas de la historia de occidente, como signo de un amor que sobrepasa a los varones concretos. Ella no aparece casi nunca como el eterno femenino positivo, simplemente amoroso (al servicio de los varones), sino como expresión de la independencia femenina (mirada siempre desde la perspectiva masculina): es la mujer fatal, el amor más hondo y el riesgo de la destrucción. Es bruja y amiga, es diablo y es diosa. Quizá es la expresión del riesgo del amor femenino, mirado desde el hombre. «Lilith representa el arquetipo de lo femenino negado por una cultura patriarcal y ha servido como estandarte del feminismo. Ella fue la única capaz de articular el impronunciable y verdadero nombre de Dios. Es la efigie del erotismo femenino, de la sexualidad desbordante y natural de la mujer que aparece intensamente atractiva, y a la vez, potencialmente peligrosa en los sueños de los hombres solos. «Lilith comparte la misma historia de las sirenas, las amazonas, las hetairas, todas ellas figuras femeninas que han intentado asumirse como mujeres libres, sin ninguna necesidad de someterse a los hombres» [15].

Rahab [16] es un monstruo femenino y aparece como serpiente de las aguas primigenias. Conforme al sentido hebreo del término (acosar, amotinarse, avasallar), ella es la Amenazadora y puede tomarse como personificación del caos, que se eleva contra el Dios bueno y pretende dominarlo todo. Así aparece vinculada a la batalla primigenia en la que Yahvé, Dios bueno, creador del orden, ha vencido y dominado a la divinidad femenina del caos, como dice el libro Isaías:

 Despiértate, despiértate, vístete de poder, oh brazo de Yahvé; despiértate como en el tiempo antiguo, en los siglos pasados. ¿No eres tú el que cortó a Rahab, y el que hirió a Tanin? ¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos? (Is 51, 9-10)

 El texto ha vinculado las «tres aguas enemigas»: las del Caos primero (Rahab-Tanín), las del Mar Rojo en el Éxodo de Egipto (cuando Yahvé lo secó para que salieran los hebreos) y las aguas que los rescatados de Dios deberán vencer al final de los tiempos. En este contexto se sitúa la victoria de Yahvé sobre Rahab, una imagen femenina del caos. Siguiendo en esa línea, el nombre de Rahab se evoca también en varios textos poéticos, donde el mar se personifica como poder que se opone a Dios (cf. Job 26, 12; Sal 89, 11). Con ese nombre se designa a Egipto (cf. Sal 87, 4; Is 30, 7), como monstruo maléfico de las aguas. En el Sal 40, 5 se hable de unos misteriosos rehabim, que pueden interpretarse como poderes mítico-simbólicos que ayudan a Rahab.

Tehom [17], nombre hebreo que significa aguas subterráneas y alude al caos de las corrientes primitivas de las que brotó la creación (cf. Gen 1, 2). Se relaciona etimológicamente con Tiamat, Diosa madre acádica de las aguas primigenias, vencidas por Marduk, a través de un proceso civilizador violento que marca el surgimiento de la cultura (como en Gen 1,1-2). La palabra Tehom aparece unas veinte en la Biblia hebrea (cf. Gen 1, 2; 7, 11; 8, 2; Job 38, 14.16.30; Sal 42, 8; 104, 6 etc) y suele traducirse casi siempre como «abismo»: inmensidad de las aguas primordiales de las que todo ha brotado. A veces se compara con el Sheol o con los grandes monstruos de las aguas (Tannin, Leviatán) e incluso se le atribuye un carácter divino personal.

No es imposible que el Tejom haya sido divinizado en el entorno de Israel, (como la Tiamat acádica) pero en los textos actualmente conservados no aparece como diosa, sino como expresión poética y simbólica de la hondura misteriosa de la realidad, que no puede comprenderse ni interpretarse en términos racionales. Para la Biblia, el misterio es Dios, pero la realidad es también abismal y misteriosa, como lo muestra Tehom [18].

Continuará en próximas entregas)
@Xavier Pikaza/feadulta.com