ENTRE LOS AÑOS, HUMEDAD Y POLILLAS, LA CATEDRAL SE CONVIERTE EN POLVO

Estremecedor relato sobre el esatdo de la Catedral de Puebla, México Aún se está a tiempo de restaurarla y de impedir que su deterioro continue hasta su desaparación, como tantas otras han caido en la vieja Europa (Nota o comentario del administrador de Fratertempli).

Es frecuente ver cómo las placas de oro de 24 kilates son removidas en finas partículas por los visitantes cuando raspan con monedas o llaves los enormes retablos y la herrería de este monumento para constatar si la luminosidad es auténtica. También hay quien sustenta esa flagelación en su interés por llevarse un recuerdo: el brillo de la Catedral.

También las polillas hacen lo suyo. En una invasión feroz, la plaga surca los marcos de las pinturas y toda la estantería de madera tallada en arte del siglo XVI. Esta calamidad cosmopolita devoró en cuatro meses 80 marcos y una decena de retablos que por semanas fueron barridos en forma de aserrín.

La humedad recrudece el deterioro. Por encima de los 5 mil 600 metros de bóvedas de la Catedral crecen higuerillas que con sus raíces rompen las cúpulas y por debajo el moho desprende en fina espuma los frescos que proyectan el Cielo y el Infierno. Hay incluso una cúpula roja donde la obra en arte barroco de Cristóbal de Villalpando, considerado el pintor más representativo de la segunda mitad del siglo XVII novohispano, está por desplomarse.

La restauración de esta cúpula roja, que resalta entre todas las de la azotea, se presupuesta en unos 200 mil pesos. Eso es lo que cuesta hoy salvar a Villalpando y su obra.
El ladrón de la Catedral
La gran Catedral de Puebla, denominada Patrimonio de la Humanidad, se degrada de a poco, aunque ese ‘poco’ es cada día más grande. Y como si estuviera predestinada a lo que dicta el libro que le da origen: “…polvo eres y al polvo regresarás” (Génesis 3:19), ese parece ser, de forma casi irremediable, su destino.

Así, entre polvo, también se descomponen unas 5 mil cajas de libros, textos, documentos, pinturas y artículos que desde el siglo XV concentró la iglesia. No todo es una crónica eclesiástica, también es un tesoro de datos sobre la ciudad. No hay en América Latina rastro de un acervo tan grande como el que yace en algún cuartel de la Catedral de Puebla.

Tampoco hay -hasta hoy- hombre culto que se resista al valor de los documentos, pues hace unos años un académico interesado en el rescate de todo el acervo documental de la Catedral se ofreció a catalogarlo, pero una noche fue sorprendido por el sacristán robando los libros que por decreto desde la época de Juárez pertenecen al Estado.

Este último hecho provocó que la Iglesia se opusiera durante los últimos 30 años a la apertura de la Catedral como obra monumental para poblanos y visitantes. El ladrón podría volver disfrazado de historiador o voluntario.

La desconfianza hacia aquellos que intentaron hurtar parte del acervo documental que guarda la Iglesia desde hace siglos, también trajo como consecuencia su abandono.

Mientras transcurren días de olvido, el padre rector de la Catedral de Puebla, Francisco Vázquez, se da tiempo para bajar a algún sótano de la Catedral y rescatar un lienzo; lo limpia, lo restaura, despeja algún pasillo del monumento y lo deja para contemplación de los visitantes. Es entonces cuando algunas obras quedan al descubierto por primera vez después de permanecer empolvadas por décadas.

¿Rembrandt en Puebla?

Durante más de treinta años este gran monumento, cuya construcción inició en el año 1575, se mantuvo cerrado. El celo del gran “tesoro” que aún conserva en su interior tuvo razón en el miedo al saqueo. Pero el descuido general obedece, sin duda, al desprecio y la indiferencia sobre su valor.

Sin embargo, hay quienes aprecian y custodian dicho “tesoro”, que no es sino el conjunto de documentos históricos y las obras de arte que guarda en su interior. El padre Francisco Vázquez, impulsor del rescate de la Catedral, se reserva por un momento el argumento espiritual; mira una y otra vez las paredes del monumento y sonríe. Sabe que solo informa sobre lo que se expone a la vista, pero también sabe de lo que habla y no lo contiene: “aquí también habría algo de Rembrandt”, sugiere.

Se va con tiento. Sabe de los abusivos que en un costal y disfrazados de mujer intentaron robar en alguna ocasión los libros antiguos de la Catedral, so pretexto de contribuir a su catalogación. Sabe que poner a la vista un cuadro del maestro del barroco, el holandés Rembrandt (1606-1669), sería demasiado. Los cuadros de este pintor, de quien se suponen obras guardadas en algún cuarto de la Catedral, han llegado a venderse en subastas hasta por 30 millones de dólares.

Y mientras no haya una contribución de por lo menos 4 millones de pesos para resolver de forma inmediata los problemas estructurales de la Catedral, las fisuras en sus pasillos y salas, y la impermeabilización de sus cúpulas, es probable que la obra del maestro Rembrandt (que se cree oculta en algún sótano) no sirva jamás para propagar las verdades cristianas, para lo que fue creado el barroco, el arte que le honra.

Los vitrales y el tumulto

Pocos saben que los 10 mil metros cuadrados de patrimonio edificado está en ruinas. La Catedral por fuera se ve inmensa, con una iluminación exterior que oculta el deterioro del cableado eléctrico en el interior del inmueble. “Si un día de estos hay un cortocircuito, que es muy probable, la Catedral se incendia”, advierte el padre Francisco Vázquez.

¿Imaginan ver reducido a cenizas el Patrimonio de la Humanidad?, pregunto a los impulsores de su rescate, el padre Francisco Vázquez y el exsecretario de Cultura de Puebla, Alejandro Montiel; si no se hace algo pronto, la probabilidad ahí está, coinciden, aunque su respuesta no sea la misma.

Y qué decir de los 32 vitrales que adornan el edificio: “están que se quiebran”. Cada uno de ellos con un valor de casi 100 mil pesos, resienten los gritos del tumulto que causa una marcha por el centro de la ciudad.

Cada vez que los manifestantes que gritan en el perífono sus dolencias, sus malestares, las enmiendas del sistema y la podredumbre de los gobiernos que no les cumplen, amenazan de manera implacable la sobrevivencia de esos vitrales que lo mismo han soportado eso que las voces del cantante argentino Fito Paéz, de la intérprete de música vernácula Lila Downs y el estridente sonido de la banda de rock alternativo Molotov, cuando fue instalado en el zócalo el escenario del Festival Internacional de Puebla (FIP).



Así, la calamidad cosmopolita no solo es hoy y para la Catedral esa plaga de polilla. Lo es también el ruido, el excremento de los pichones que actúa como ácido sobre su herrería y los propios muros, las chispas de cables pelados que, como se puede, se enmiendan con un poco de cinta de aislar; también lo son las manos inquietas de los turistas y feligreses que afanosos buscan algún objeto de fierro que les permita seguir constatando si es oro el brillo de los retablos. Más aún: lo es la imprudencia de las señoras que cambian a sus hijos en las bancas y dejan abandonados los pañales desechables con sus respectivos despojos, y los jóvenes enamorados que dibujan corazones en las bancas de madera para sellar sus recuerdos.

Y así, la Catedral consagrada en 1649 sobrevive. Este monumento internacional, que no posee ni una sola cámara de vídeo para -por lo menos- vigilar lo poco que aún se conserva en buen estado, aguarda. Se enfrenta todos los días con la suposición de muchos que aún piensan que la caridad humana depositada en forma de limosnas alcanza para salvarla.


@Menos de la nota del administrador de Fratertempli, Magaly Herrera/Fotografías, José Aguilar/Periódico Digital.com.mex